domingo, 24 de noviembre de 2013

Europa está enferma. Extremismo y falta de autoestima

La prensa y los think tank se hacen eco últimamente del aumento de grupos extremistas radicales, especialmente de extrema derecha.
En Europa inevitablemente trae a la memoria en que acabaron todas las radicalizaciones político-ideológicas. Las sombras del nazismo alemán, el fascismo italiano o las dictaduras española, portuguesa y griega son demasiado alargadas aún.

La proximidad de las elecciones al parlamento europeo y la previsión de aumento de voto para los partidos de extrema derecha han puesto en la palestra un problema que lejos de estar superado va en aumento.

Uno de los principales rasgos en común de estos partidos es su nacionalismo, que revierte en antieuropeísmo, con lo que convierten en un contrasentido sus aspiraciones políticas en el seno de las instituciones de la UE, a menos que, la pretensión sea destruirla desde dentro además de alimentarse de los fondos económicos que les proporcionen los escaños que puedan conseguir para seguir en la pugna de aspiraciones de poder nacionales. 

Quizá los impulsos atávicos que aún revolotean en los corazones de alemanes, británicos y franceses –la memoria del poder, de la influencia internacional y de la ambición nacional-puedan aún entrar en juego: algunos británicos todavía recuerdan el Imperio; algunos franceses todavía lloran la glorie; algunos alemanes todavía buscan su lugar bajo el sol. En la actualidad estos deseos se encauzan principalmente dentro el magnífico proyecto europeo; sin embargo podría encontrar una expresión más tradicional. Pero sería mejor todavía si los europeos  pudieran ir más allá del miedo y la ira que les suscita el coloso proscrito y recordarán, una vez más, la necesidad vital de contar con un Estados Unidos fuerte incluso predominante por el mundo y especialmente por Europa”.

El párrafo pertenece al libro “Poder y debilidad” de Robert Kagan de 2003, que una década después no resulta anacrónico. Atendiendo a muchos de los europeístas tanto fundadores como continuadores que pugnan por unos Estados Unidos de Europa, resulta interesante realizar un análisis comparativo entre la Unión Europea actual y los Estados Unidos para tratar de encontrar un diagnostico al grave mal que acucia a la UE. Por partes.

Poderoso caballero don dinero.

La crisis económica, iniciada en Estados Unidos que se extendió rápidamente por el mundo globalizado fue el inicio del descubrimiento de que las instituciones europeas estaban enfermas. 

El hecho de que la crisis se recrudeciera en Europa y se haya enquistado haciéndose más duradera ha ayudado a que dicho síntoma sea tan importante. En ninguna de las crisis económicas sufridas cíclicamente a lo largo del siglo XX se ha cuestionado nunca la existencia el dólar como moneda de supremacía mundial. El patrón oro se eliminó pero ningún estado de los Estados Unidos ni otros países cuyas transacciones se realizan en dólares se plantearon abandonar su moneda. En Europa, sin embargo, la crisis ha sido bautizada como “Crisis el Euro” ya que inicialmente se pensaba que la dependencia el Banco Europeo, la falta de una regulación fiscal única y que los países no dispusieran del mecanismo de devaluación monetaria en función de sus necesidades era la causa de que, no solo parecía de difícil resolución el problema de solvencia económica de algunos de los estados miembros, sino que además parecía irse agravando por momentos. 
Es cierto que la falta de un control más exhaustivo de los déficits de los estados de la UE ha promovido que el problema fuese aumentando sin visos de solución hasta que se rescató a Grecia pero, volviendo al tema que nos ocupa todas las decisiones que se debían adoptar pasaban por la aprobación de imposiciones del gobierno alemán, el más fuerte de la UE en todos los aspectos. Esto ha promovido un odio hacia Alemania y su canciller fruto de la impotencia y la reticencia especialmente de los otros 16 miembros de la Eurozona, para admitir la posición de poder que Alemania ostenta. 
Nadie parece recordar que la con la unificación, Alemania tuvo que asumir de la noche a la mañana a once millones nuevos de ciudadanos que vivían precariamente y cuya estructura económica e industrial se basaba en la economía comunista impuesta desde la URSS que se desintegró en una larga agonía. La UE no padeció crisis alguna en ese momento ni se tomaron medidas de especial relevancia para afrontar la nueva situación. Sin embargo, estos partidos de extrema derecha ensalzan entre sus principales dogmas la necesidad de abandonar la moneda única, que hasta la crisis ha sido durante varios años mucho más fuerte que el dólar, su principal competidora. A fuerza de repetirlo una y otra vez pretenden que la salida del Euro conllevaría una recuperación del poderío económico nacional. Es posible que los futuros votantes de estos partidos no sean conscientes de que el país que abandone el Euro competirán con él, con el dólar y con la precariedad que les va a suponer hasta que la nueva moneda se haga fuerte y sea fiable.

¿Quiénes son los extranjeros?

Las sucesivas incorporaciones de estados miembros alcanzaron su punto álgido cuando la UE acogió a los países de la Europa del Este miembros de la desmembraba Unión Soviética comenzando a compartir frontera con Rusia. Aunque algunos no forman parte de Schengen muchos de los ciudadanos de esos nuevos Estados miembros comenzaron a moverse por la UE. Entre ellos muchas personas de etnia gitana procedentes especialmente de Rumania y los países que formaban parte de la antigua Yugoslavia. 

Muchos son refugiados de la guerra de los Balcanes de los años 90 víctimas de la limpieza étnica que la UE gestionó tarde y mal. Francia es quien parece tener un problema más grave con los gitanos pero, más que un problema xenofobo parece una cuestión de asunción de las realidades de una comunidad con unas características propias y diferenciadas que los distintos gobiernos europeos y especialmente el francés disfraza de inseguridad, violencia y desordenes públicos.

Los gitanos no se sienten parte el sistema institucional que no les ofrece ninguna oportunidad real de abandonar la situación de pobreza en la que viven mayoritariamente.  Permanecen a merced de lo que el sistema quiera hacer con ellos sin renunciar a su cultura o modo de vida. No se integran no solo por no renunciar a su identidad sino porque son meros observadores de un juego de equilibrio en el que el Estado hace trampas. Muchos gitanos no tienen sensación de privación, son las comunidades en las que están inmersas las que interpretan que su modo de vida no es el adecuado. Algunos consiguen adaptarse a las normas que se exige a los extranjeros aunque ya haya generaciones foráneas pero, aún siendo nacionales, se les sigue tratando como extranjeros. Quizá les interese la invisibilidad que les transporte a la integración o quizá no se revelen por falta de expectativas de solucionar un problema cuyo origen y persistencia no se entiende por ninguna de las partes.

Del mismo modo los refugiados cuando llegan al país de destino lo hacen con la esperanza de que su vida como poco no corre peligro, no tienen nada que perder precisamente porque no tienen nada. La cultura de solidaridad arraigada en Europa no ha sido suficiente como para resolver la situación de personas cuyo principal problema y motivo de ausencia de inmersión en el lugar de acogida es una desconfianza irracional al extranjero pobre. 

Los estudios demuestran que no son ninguno de estos grupos los mayores protagonistas de delitos de cualquier tipo  y su conflictividad responde más a un problema de desigualdad económica.

Volviendo a la comparativa con Estados Unidos que sufrió hasta que finalmente se firmo el Acta de derechos civiles en los años sesenta, un grave problema de desigualdad racial, no puede ofrecer un mejor ejemplo de superación, de lo que incluso fue una motivación de la Guerra Civil estadounidense que el hecho de que el presidente electo es negro. Es inimaginable en un país de la Unión Europea en un futuro cercano un alto cargo de Francia, por ejemplo, gitano. Los negros estadounidenses quieren ser ciudadanos de pleno derecho, persisten problemas de discriminación racista o xenófoba pero la multiculturalidad del país, y que los problemas mencionados no presenten una preocupación para la seguridad nacional son un síntoma más, para plantear la hipótesis de que es más una cuestión de rechazo a los extranjeros que realmente no lo son y que como ciudadanos miembros de la Unión Europea debería de tener el mismo nexo con la sociedad. El problema ya toma tintes dramáticos cuando se plantea la posibilidad por parte de algunos países de cerrar sus fronteras a la emigración de cualquier tipo.

¿De dónde procede la amenaza?

Hasta después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos carecía de lo que en los Estados europeos equivaldría a un Ministerio de Interior. No se entendía la posibilidad de amenazas intraestatales que requiriesen una atención especial por parte de Washington. ¿Qué ciudadano americano, de ascendencia extranjera y a los que tanto les había costado hacer nación iba a querer atentar contra sí mismo? El ministro de interior francés interpreta como amenaza interior la presencia de gitanos en su país pertenecientes a la UE. 

El islamismo radical se manifestó así como una amenaza real de aquellos a los que durante generaciones habían sido educados para odiar a América. Sin embargo, el mar compartido entre Europa y  los países de mayoría religiosa islámica puede ser atravesado incluso en lanchas de juguete jugándose la vida. Es más fácil llegar a las costas europeas que aterrizar en cualquier otro país que no sea parte de la UE. El refuerzo de las fronteras en países como España se realiza con concertinas (alambres de espinos incrustados en las vallas) como muestra de la falta de una regulación eficaz de la UE que aún teniendo una institución como FRONTEX no acaba de clarificar sus competencias y homogeneizarlas en todo el territorio.

La presencia creciente de musulmanes en muchos países de Europa que tratan de mantener sus prácticas religiosas y culturales en países mayoritariamente laicos ha sido otro de los eslóganes que los extremistas radicales han asumido para captar votos. 

En cuanto al problema que presentan las comunidades musulmanas especialmente en la cuestión de los derechos de las mujeres que en Europa, al menos de iure, son prácticamente equivalentes a los de los hombres, para los musulmanes son inadmisibles y no se acepta que sus mujeres no sigan ciegamente lo que les imponen sus padres y esposos. Lo que en Estados Unidos es únicamente un problema de seguridad relacionando el islamismo con terrorismo, en la Unión Europea además es un problema religioso, social y de derechos. Esto llama a la polarización ideológica a muchos ciudadanos que no aceptan que se cedan espacios para mezquitas, porque el rechazo a la proliferación de una comunidad religiosa creciente, bien porque las religiones se han quedado al margen de las estructuras de los Estados con no pocos esfuerzos, bien porque en otros Estados la religión católica sigue teniendo la hegemónica socialmente y cuenten con apoyo institucional e incluso reconocimiento constitucional.


Los políticos son el reflejo del pueblo

La desafección política y la desconfianza de los ciudadanos por quienes les gobierna forma parte también de la sintomatología del extraño mal europeo. La cesión de soberanía a la UE por parte de los Estados miembros que debería suponer más fortaleza para todos tanto juntos como por separado es otra de las armas arrojadizas de los extremistas. Mientras los Estados-nación sigan pensando que su fortaleza reside en mantener su identidad sin admitir que su calidad de estados miembros les ha aportado a pesar de ello tantos beneficios, la estructura de la Unión Europea será endeble.

Los ciudadanos europeos no saben que lo son porque nadie se lo ha contado. Una de las principales carencias de la UE ha sido no saber “criar” ciudadanía europea. Dos generaciones después de la creación de la Unión Europea los ciudadanos de los países miembros no saben que significa pertenecer a un ente supranacional que ha conseguido unir a 28 países bajo unas mismas directrices. El pasado 2012, los propios europeos criticaban la entrega el premio Nobel de la Paz a la UE. Los ciudadanos de la UE no se quieren como tales. Sería cuanto menos curioso que Estaos Unidos que lleva más de un siglo sin una guerra dentro de su territorio fuera el galardonado. A la UE que nació tras dos guerras mundiales y a quien se la premia por sus mas de 65 años de convivencia pacífica por la superación de unos odios que parecen crecer en un modo alarmante se hubiera rasgado las vestiduras.


La apertura de fronteras de 1993 con la libre circulación de personas por los países miembros de la UE fue un logro impensable en anteriores décadas y parecía  una suerte de borrado de líneas divisorias más allá de lo meramente geográfico. No está claro si el problema real de Europa es el extremismo radical de derechas, la polarización política hacia ideologías con propuestas separatistas, xenófobas y racistas y que apuestan por mas desigualdad social que se está manifestando como principal síntoma de la enfermedad. La falta de euroautoestima ha de convertirse en tolerancia a quienes dentro de las desigualdades forman parte de un ente común, que nació tras el sueño de un lugar que ejemplificara la convivencia tras millones de muertos que siguen dando vida al recuerdo de lo que puede producir el odio.

Silvia Brasa. 2013

sábado, 9 de noviembre de 2013

Mariano Rajoy, el antilíder.


Cuando proliferan la importancia del liderazgo y los cursos para enseñar técnicas que puedan inspirar, alentar y fundamentalmente saber utilizar las llaves que el poder de que el grupo dirigido consiga unas metas comunes, resulta paradójico que en muchos países europeos, los jefes de gobierno sean la encarnación de los valores y cualidades contrarias a lo que caracteriza a un líder.  Sin embargo el uso de la psicología política que hábilmente ha sabido leer el momento histórico social puede dar una explicación a por qué un hombre que representa la antítesis del liderazgo, no solamente haya conseguido convertir en presidente de un grupo político mayoritario, en jefe de gobierno y que a pesar de la impopularidad, el descontento y la crítica generalizada mantenga después de casi dos años en el poder, una intención de voto que aunque decreciente le mantendría al frente del gobierno una legislatura más.

El rey ha muerto. Viva el rey.

En la legislación española al contrario de lo que ocurre en la norteamericana por ejemplo, no existe norma alguna que obligue a una democracia interna en los partidos políticos. Tampoco hay una limitación en el número de legislaturas que un presidente puede acumular. José María Aznar propuesto como sucesor de Manuel Fraga para una renovación y refundación de Alianza Popular, el partido que aglutinaba a liberales, conservadores y democristianos fue el elegido en 1989 como vicepresidente del nuevo Partido Popular que lideraría Fraga, siendo candidato Aznar a las elecciones generales de ese mismo año y elegido en 1990 como presidente del partido. En esas elecciones el PP conseguiría que Felipe González no alcanzara una tercera mayoría absoluta por un solo diputado a pesar del desastroso final de década protagonizado por múltiples escándalos tanto dentro del partido socialista como en el gobierno. El carisma de González era incontestable dentro y fuera de España.

Como luego ocurriría con Mariano Rajoy Brey, Aznar obtuvo el respaldo prácticamente unánime de los miembros de su partido a pesar de ser un desconocido para la ciudadanía. A quien se estaba dando realmente el beneplácito, que no el apoyo pues no lo necesitaba era al verdadero líder del partido, Fraga, como más tarde se hizo cuando Aznar propuso a Rajoy como sucesor sin que hubiera ningún otro oponente. A  José María Aznar, que tras ser elevado a delfín de Fraga, se autocalificaba como “un hombre normal, sin patrimonio personal, ni político” se le auguraba un corto futuro por su ausencia de determinación, fuerza y carisma para hacer mella en la sombra cansada y cada vez mas ajada de Felipe González. José María, tímido, introvertido y de pocas palabras, supo esperar mientras crecía en experiencia. La campechanía, veteranía y cercanía de González, chocaba frontalmente con la imagen de señorito castellano de Aznar.

 Los dirigentes aliancistas estaban tan fraccionados como más tarde los estuvieron los populares en los dos nombramientos de sucesión pero, si algo ha tenido siempre claro el partido que ha ocupado el espectro de la derecha española es que la unión hace la fuerza y fortalece por ende al líder. Así ocurrió con ese Aznar duro y frío de los comienzos que luego y tras fumarse un puro, literalmente con los pies sobre la mesa con el líder de la superpotencia mundial George Bush y apoyarle contra mandato del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, ganar unas elecciones, ya con González fuera de juego y revalidar su poder por mayoría absoluta, la más amplia de la historia de la democracia española, nombró a Rajoy como sucesor. Ni a Rodrigo Rato, de quien dijo había rechazado hasta dos veces la propuesta, ni a Álvarez Cascos, su fiel escudero ni a Mayor Oreja, el mejor valorado por los ciudadanos.

Desconfianza y falta de valoración

Rajoy hombre gris, funcionario de carrera y en apariencia de corazón llegó a la lucha por las elecciones generales de 2003 tras un nefasto periodo como portavoz del gobierno en el que sus declaraciones en la crisis del Prestige y el apoyo del gobierno español a la intervención de Estados Unidos en Irak, el accidente del Yak-42 , partía como favorito para ganar las elecciones contra José Luis Rodríguez Zapatero, el nuevo desconocido esta vez socialista, que prometía sobre todo talante a una ciudadanía cansada de bravuconadas pero, sobre todo indecisa ante la conveniencia de mantener lo malo conocido. Los buenos resultados económicos avalaban a los Populares pero la valoración de Mariano Rajoy como político nunca fue buena y nunca lo ha sido. Sus propios electores le concedieron un aprobado raspado justo antes de su vitoria electoral en 2011, con un Zapatero desgastadísimo por su desastrosa gestión de la crisis económica. Sólo consiguió superar al presiente del ejecutivo un mes antes de celebrarse las elecciones en las que resultó ganador. Algo que nunca había ocurrido en ningún gobierno democrático y que tampoco tiene precedentes en Francia o Reino Unido con líderes como Sarkozi, muy mal valorados en sus últimos años al frente del poder.

El carisma de la no estrategia

Un líder carismático tiene una personalidad arrolladora, que inspira con su discurso, que transmite los anhelos de su proyecto y esperanza de que estos se van a realizar. Los deseos, que la ciudadanía cree capaz de ser materializados por el líder, a veces de modo consciente y a veces inconscientemente, se manifiestan fundamentalmente de dos modos: la seguridad de un manejo eficaz y eficiente de las situaciones y la  unión con un grupo potente.

Mariano Rajoy era percibido en 2011 como un opositor y candidato a la presidencia del gobierno de España falto de proyecto y de propuestas concretas a la solución de los graves problemas que acuciaban al país. Sin embargo amortizó su carácter serio para dar a entender que “los expertos”, un gabinete de tecnócratas que realmente supieran hacer funcionar de nuevo la maquinaria española, sin explicar quiénes ni cómo sacarían a España del atoalladero económico.  Leer durante sus intervenciones en el debate con Pérez Rubalcaba fue tan criticado como su excesivo maquillaje o la falta de determinación a la hora de responder a las continuas interpelaciones de su oponente ante la falta de claridad de su proyecto.

Valor: “se le supone”

Esto rezaba en las Cartillas Militares de los soldados de reemplazo españoles que realizaban su servicio en el Ejercito en tiempo de paz y no habían tenido tiempo de demostrar su valor en combate. Mariano Rajoy tampoco había “combatido” pero sus votantes le suponían capaz de liderar el gobierno por esa pertenencia a un grupo fuerte y cohesionado. Un hombre que a pesar de las criticas de propios y extraños se mantenía imperturbable y que sería avalado además por la demostrada concurrencia de los votantes de clase media-alta, varones, con un nivel superior de estudios, ideología conservadora y liberal que acuden mayoritariamente a votar. En las elecciones de 2011 no iba a ocurrir como en 2004 donde tras los atentados del 11 de marzo, se alcanzó la más baja abstención en España en unas elecciones generales y el voto socialista movilizó a más de un millón de electores, socialistas o no, simpatizantes de izquierdas haciendo uso del voto útil o no, indecisos o no.
Para entender la emergencia de un líder o de un jefe de cualquier organismo es imprescindible ver el entorno que le rodea en el momento de su encumbramiento. El descontento social con las políticas de Zapatero, la desconfianza del continuismo socialista, la necesidad de un cambio por probar algo nuevo arroparon el triunfo de Rajoy. Mariano ofrece además una imagen que invita a pensar en la ausencia de incertidumbre, de sorpresas, en que es un gestionador serio.


La crisis es una responsabilidad de todos

Al principio de su mandato, el Presidente trató de ejercer de líder ya que como tal surgía en un momento de crisis y desesperanza y para incentivar la cohesión social. Él y su gobierno hacían peticiones de sacrificio a la ciudadanía para conseguir el bien común. Culpaban a unos de haber “gastado por encima de sus posibilidades”, los malos ciudadanos ignorantes que se habían dejado engañar con hipotecas y se habían lucrado jugando a ser ricos a crédito y bendecían a los que entendieran que era necesario el esfuerzo común de esos buenos ciudadanos que aceptarían subidas de impuestos, recortes de salarios y aumentos de precios en todos los bienes de consumo básicos, los patriotas que sacarían el país adelante y pagarían los desmanes de los derrochadores. Mariano Rajoy comenzó además a explotar el deseo.
No hay nada que pueda desearse más que lo inaccesible, lo difícilmente alcanzable, aquello que cuesta más conseguir. Lograrlo reporta además satisfacciones mayores que lo que conlleva menos esfuerzo. Las comparecencias del presidente se fueron reduciendo hasta ser prácticamente inexistentes fuera de los foros internacionales, recurriendo bien a su gabinete para que ofreciera las ruedas de prensa tras los consejos de ministros, bien a una pantalla de plasma en la que aparecía su cada vez más alejada imagen de la ciudadanía y que no admitía pregunta alguna que supusiera motivo de debate o controversia. Quien está lejos del barro difícilmente se enfanga con lo que así se cubrían dos frentes: la deseabilidad y la incorruptibilidad.

“Los otros”

La cohesión de grupo tan mencionada, no solo se ha visto reforzada por la ausencia de autocrítica del presidente o del gobierno actual. Las manifestaciones multitudinarias de todos los sectores de la población de la gestión que por momentos parece desnortada del gobierno del país, obcecada en el descenso del déficit, ha conseguido más adeptos a la causa marianista.
Se tacha de radicales, perroflautas y gente de mal vivir a los ciudadanos que se manifiestan en las calles, haciendo del divide y vencerás un dogma. Muchos ciudadanos no se manifiestan no porque no estén descontentos. Algunos no son capaces de admitir de modo público la penuria a la que sus familias se han visto abocadas no ya con la crisis inicial sino con el paro creciente o la inasumible subida de gastos a la que se han visto sometidos; declarando su quiebra se humillarían más y  además dejarían de pertenecer por siempre al grupo poderoso, al que no falta de nada a pesar de crisis económicas. Otros no quieren ser tachados con las etiquetas que tan eficazmente han sabido colocar desde el gobierno y el grupo parlamentario mayoritario a aquellos que se manifiestan, da igual el motivo y aprovechan hábilmente cualquier perturbación del orden público para demonizarlos más por mucho que los ciudadanos les vean como los causantes de la actual situación de España.


Recientemente, por el contrario, Mariano Rajoy daba su apoyo a las víctimas del terrorismo, a quienes se trata de politizar a favor de los Populares de modo público y notorio, aunque para ello tachara sin tapujos de injusta una sentencia del más alto tribunal supranacional al que el gobierno español está sometido. Tampoco las víctimas del terrorismo, que en la manifestación criticaban al gobierno, se libraron de ser tachados de “ignorantes” por la secretaria general del partido que Rajoy preside.

“Fin de la cita”

Si algo encumbra  a un líder al punto de hacerle merecedor de un lugar en los libros de historia son sus discursos. Mariano Rajoy es un mal orador. Tiene mala dicción, no trasmite cercanía, carece de sentido del humor  y en absoluto emociona a sus auditorios que gracias a ese sentido grupal ya vienen enfervorizados de casa, sino no se explican las ovaciones a esos penosos monólogos en los que el presidente habla con una dosis nula de pasión que contagiar.

Se hizo merecedor del calificativo de antilíder, más si cabe, en la comparecencia del 1 de agosto de 2013 en la que dio cuenta al Parlamento de la situación económica y política del país y el caso del Luis Bárcenas encausado y encarcelado por su gestión al frente de la tesorería del Partido Popular tras haber salido a la luz supuestas comunicaciones recientes de apoyo del Presidente con el reo. Repitiendo frases en pasadas intervenciones del jefe de la oposición terminaba cada una de ellas con un contundente “Fin de la cita” que fue motivo de escarnio nacional e internacional en prensa y redes sociales. Estas últimas son otra bestia negra de Rajoy y el partido de gobierno que no han sabido o no han querido darse cuenta de que la ciudadanía cada vez cuenta con más acceso a la información, de modo más inmediato y no solo no deja de demandarla sino que además interactúa y apoya a quienes son capaces de transmitirle más cercanía por unos medios directos e instantáneos.

Ese “fin de la cita” incomprensible, bien por la sospecha de que no tuviera el presidente otros argumentos que utilizar que los de su contrario, bien por su conocida torpeza, que invitaba maliciosamente a pensar que era algo que no debía leer, fue una continuación de la estrategia de culpar al legado socialista, de sus errores pasados y presentes haciendo uso y gala del “y tu más”.

Es difícil imaginar un futuro en el que alguien quiera imitar a un hombre como Mariano Rajoy Brey, en el que seguir depositando fe y esperanza de un porvenir mejor sintiéndose orgullosos de haber logrado el éxito común de un proyecto con el que hasta ahora no ha conseguido convencer, ni ha sabido vender fuera de sus propios feudos. Las últimas encuestas del CIS revelan que un 75% de los ciudadanos encuestados desaprueban su labor como Presidente y un 85% no confía en él. Se cumplen en breve pues, dos años de la mejor muestra de cómo ser un líder al frente de un país de casi 47 millones de habitantes careciendo de carisma, de magnetismo, de oratoria o de cualquier cualidad que le haga merecedor del adjetivo líder.

Dimitir, por cierto, es un verbo que un líder en España, por poco valorado que sea, no contempla desde hace más de 30 años.

Silvia Brasa 2013