lunes, 13 de mayo de 2013

Política Exterior de España en 1000 palabras


Pasado glorioso, presente insulso, futuro incierto

España es la excepción que confirma la regla histórica de los países con un importante pasado colonizador y colonial que mantienen lazos culturales, políticos y sociales de relevancia con aquellas tierras que estuvieron bajo su gobierno durante siglos. Transcurriendo el tiempo, América Latina con quienes nos une algo vital como la lengua, nos miran cada vez con más recelo recordándonos un pasado de hace más de quinientos años en el que la barbarie era la ley y remoloneando para tener un presente y un futuro común a pesar de los importantes intercambios empresariales y del movimiento de los ciudadanos, más fluido e importante de la historia hacia ambos lados del océano.
La globalización con su apertura de comercios e intercambios de todo tipo, no ha impedido que Francia o Reino Unido, que tuvieron en su poder territorios allende sus fronteras actuales, no hayan cuidado al máximo su Quai d’Orsay o su Foreing Office respectivamente por mucho que sus posesiones se hayan convertido hace décadas en Estados independientes. Incluso Portugal mantiene unas relaciones muy estrechas y fluidas con sus antiguas posesiones coloniales que se muestra en votaciones en Naciones Unidas, medios de comunicación o incluso en la página web del Ministerio de Negocios Estrangeiros que cuenta con actualizada información de estos países.
España tras la decadencia anterior al inicio del siglo XX y el aislacionismo propio de la dictadura no parece dar más importancia a su Ministerio de Asuntos Exteriores que a otros ministerios. Se ha cuidado la diplomacia española poco y mal. Tal vez fruto de la bonanza económica más o menos sostenida tras la transición o el adormecimiento tras la entrada en la Unión Europea y la OTAN no se ha buscado y cuidado en modo alguno las relaciones con el exterior. Deriva de esta actitud gubernamental la desconfianza social hacia el extranjero, especialmente hacia Estados Unidos y los países más fuertes de Europa. Estos rasgos adolecen de una herencia que lógicamente ha evolucionado y que no se ajustan a un presente totalmente distinto de los reproches que puedan hacerse.
Cierto es que la crisis económica global, se ha enquistado en los países de la Europa del Sur, los cuatro del Mediterráneo, España, Portugal, Italia y Grecia que tienen un pasado reciente común de sistema dictatorial y un pasado menos reciente de hegemonía territorial. Cuestionadas la políticas europeas y la Organización y sus estructuras, los cuatro se lamentan de la fortaleza y directrices de Alemania o Reino Unido, ya que sobre todo el primero marca las pautas de las medidas correctoras que han de llevarse a cabo para que Estados grandes como el español aunque carente de un tejido laboral solido, de una estructura industrial bien asentada, de una red de exportaciones competitiva no arrastren a la ruina a otros países de la Unión que empiezan a consolidarse y que en el peor de los casos producirían incluso el desmantelamiento de la propia Unión Europea o de su sistema monetario común.
Desgranando los que deberían ser los pilares fundamentales de la acción española: Europa como Unión y con sus Estados, Latinoamérica, Norte de África y Oriente Medio pueden observarse grandes carencias con poco esfuerzo. Ni que decir tiene que la política exterior con Estados Unidos, Asia, Rusia y las organizaciones regionales deberían ser tratadas con exquisitez y en la realidad son apenas simbólicas.
Con Europa no ha buscado nunca una alianza con los países del Mediterráneo, los más parecidos en sistemas a España. Muy al contrario, se procuro el desmarque en los años de bonanza en un ejercicio mal calculado de musculo económico que no se previó podía perder tono e incluso masa en cualquier momento. Así, en la Unión Europea, nuestro estatus es equiparable a Polonia y las distancias históricas son inmensas si uno se plantea fríamente esa equivalencia en peso político.
Con Latinoamérica se hizo algo similar a la política Europea pero con más arrogancia. Se descuidó el sur del continente americano con la creencia de que eran ellos quienes nos necesitaban y que como madre patria conquistadora teníamos que ayudarlos, siempre que hubiera algún interés porque el altruismo no es materia de política internacional española, a excepción de las misiones humanitarias. No se imaginó, ni cuando Argentina enviando a Evita en carne mortal durante la dictadura a solidarizarse con el pueblo español, que empezando el siglo XXI se convertirían en países con una economía y sociedades emergentes que podía incluso permitirse nacionalizar filiales españolas si eso era bueno para sus intereses.
El norte de África, y más concretamente el Sahel, ha sido un ejercicio de dejadez permanente así como de elusión de responsabilidad por un mal manejo de negociación con Marruecos, Mauritania y los propios habitantes del Sahel. Las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla han mantenido su estatus incontestable de tierras de España a pesar de los problemas fronterizos pero en el Sahel ni se ha sabido ni se ha querido llegar a un final de conflicto.
Las relaciones con Oriente Medio pasan por las buenas relaciones que Don Juan Carlos, jefe del Estado tiene con las monarquías árabes. Más allá de querencias en lo que a sistemas constitucionales y democráticos se refiere, es innegable que si algún provecho se le ha podido sacar a la monarquía parlamentaria estipulada por la Constitución Española de 1978, es lo mucho y bien que el Rey ha sabido relacionarse con los monarcas y jefes de Estado de otros países.
A la ciudadanía española le preocupa poco lo que ocurra fuera de sus fronteras y lo que es más significativo aún, no tiene conciencia alguna de que lo que sucede fuera pueda influir directamente dentro de España a excepción de temas europeos a raíz de la crisis pero, incluso en este caso Berlín se ve lejano. Se ha pasado del imperio donde antaño no se ponía el sol a un Estado de segunda que parece inmerso en un perenne ocaso.

viernes, 10 de mayo de 2013

Una anormalidad aparentemente normal.


Suena extraño que una persona sin problemas mentales no se considere normal. Pero, ¿qué es la normalidad? Comer, dormir, respirar... ¿Y mentalmente que se considera normal?
Socialmente la normalidad empieza a ser síntoma de inmovilismo, de dormir despiertos, de gritar al vacío o a oídos sordos que se niegan a escuchar.
Tal vez la normalidad pasa por seguir unas reglas autoimpuestas por nadie, por la costumbre, por seguir la línea de la vida que el ritmo de la gente impone y que permanece invariable hasta que un día, sin darnos cuenta miramos hacia atrás y no nos reconocemos en el pasado o nos vemos reflejados en un presente que tampoco nos representa.
Como no reúno ninguno de estos requisitos, pues no me considero una persona normal.
Dentro de esa legalidad impuesta y que a veces en su interpretación ralla la amoralidad mi pretensión solo es cuestionarme, cuestionaros y cuestionar todos esos pensamientos y sentimientos que dejan de ser normales cuando salen del ámbito interior.